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  • Текст добавлен: 5 августа 2016, 14:00


Автор книги: Мигель де Сервантес Сааведра


Жанр: Иностранные языки, Наука и Образование


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Capítulo VI
El cura y el barbero queman los libros de don Quijote

Al día siguiente, don Quijote todavía dormía cuando llegaron el cura y el barbero. Pidieron a la sobrina las llaves de la habitación donde estaban los libros, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron todos en la habitación, y el ama con ellos. Encontraron más de cien libros grandes y otros pequeños.

En cuanto el ama los vio, tuvo miedo de que en la habitación hubiera algún encantador[35]35
  encantador – чародей


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de los muchos que había en esos libros y les hiciera daño también a ellos.

El cura se rió de la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le diera aquellos libros uno por uno, para ver de qué trataban, pues podía ser que algunos de ellos no merecieran terminar en el fuego.

–No ―dijo la sobrina―, no hay por qué salvar ninguno, porque todos han sido los causantes de la locura de mi tío. Mejor será tirarlos por la ventana al corral del patio y luego quemarlos.

Lo mismo dijo el ama, pero el cura quiso, por lo menos, leer antes los títulos. Y el primero que el barbero le dio en las manos fue Amadís de Gaula, y dijo el cura:

–Según he oído, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España. Y así, me parece que, por ser el principio y origen de todos los demás libros, lo debemos echar al fuego sin excusa alguna.

–No, señor ―dijo el barbero―, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros de caballerías, y por eso se debe salvar.

–Es verdad ―dijo el cura―. Veamos ese otro que está junto a él.

–Es las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula —dijo el barbero.

–Pues ―dijo el cura― no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tome, señora ama, abra esa ventana y échelo al corral para quemarlo.

Y sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomara todos los libros grandes y los tirara al corral. Ella, que tenía muchas ganas de quemarlos, tomando ocho de una vez los arrojaba por la ventana. Al coger muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero y este lo recogió para ver de quién era. Leyó el título: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco.

¡Válgame Dios! ―exclamó el cura―. Tirante el Blanco es, por su estilo, el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas, como lo hacemos todos. Lléveselo a su casa y lea las aventuras del valeroso caballero de Montalbán y los amores y mentiras de la viuda Reposada; verá que es muy divertido y que es verdad lo que os he dicho.

–Así será ―respondió el barbero―, pero ¿qué haremos de estos pequeños libros que quedan?

–Estos ―dijo el cura― no deben de ser de caballerías sino de poesía, y no merecen ser quemados como los demás, porque no hacen ni harán el daño que han hecho los de caballerías.

–¡Ay, señor! ―dijo la sobrina―. Bien los puede vuestra merced mandar quemar como los demás, porque sería peor que al leerlos mi tío quisiera hacerse poeta, que es enfermedad incurable.

–Esta doncella dice la verdad ―dijo el cura―, y será bueno quitarle a nuestro amigo la ocasión de enfermar otra vez. Pero ¿qué libro es ese?

La Galatea[36]36
  La Galatea – первое крупное произведение Сервантеса; вторая часть так и не была опубликована


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, de Miguel de Cervantes ―dijo el barbero.

–Hace muchos años que es gran amigo mío ese Cervantes ―dijo el cura―. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo pero no llega a ninguna conclusión: es necesario esperar la segunda parte que promete. Entretanto, guárdelo usted en su casa.

–Con gusto lo haré ―respondió el barbero―. Y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana, La Austríada y El Monserrato.

–Todos ellos ―dijo el cura― son los mejores libros de aventuras en verso escritos en lengua castellana, y pueden competir con los más famosos de Italia. Hay que guardarlos.

Capítulo VII
La segunda salida de don Quijote

Mientras el cura y el barbero discutían sobre los títulos de los libros de caballería que debían ser quemados, oyeron a don Quijote decir a grandes voces:

–Aquí, aquí, valerosos caballeros; aquí debéis mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos.

El cura y el barbero fueron a ver qué le pasaba. Cuando llegaron, don Quijote ya estaba levantado de la cama y continuaba con sus voces, dando cuchilladas[37]37
  cuchilladas – удары ножом, кинжалом


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a todas partes como si peleara con alguien. Lo agarraron y se lo llevaron de nuevo a la cama. Le dieron de comer y se quedó otra vez dormido.

El cura y el barbero pensaron en tapiar el cuarto donde estaban los libros de caballerías para que su amigo no los volviera a ver. Le dirían que un encantador se los había llevado. Y así se hizo.

Dos días después se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros. Como no hallaba el cuarto, preguntó al ama por él, y ella, que ya sabía lo que tenía que responder, le dijo:

–¿Qué cuarto busca vuestra merced? Ya no hay cuarto ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mismo diablo.

–No era diablo ―dijo la sobrina―, sino un encantador que vino una noche sobre una nube, entró en el cuarto y no sé lo que hizo dentro, que al poco tiempo salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo. Cuando se fue, vimos que no había ya ni cuarto ni libros. Y mientras el encantador se iba volando, decía en voz alta que había hecho aquel daño por enemistad secreta con el dueño de aquellos libros y que se llamaba el sabio Muñatón.

–Frestón diría ―dijo don Quijote.

–No sé ―respondió el ama― si se llamaba Frestón o Fritón[38]38
  Frestón o Fritón – мудрец Фристон, персонаж рыцарского романа


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, solamente sé que su nombre acababa en tón.

–Así es ―dijo don Quijote―, ese es un sabio encantador, gran enemigo mío, pues sabe que más adelante tendré que pelear con un caballero a quien él protege y le venceré sin que él lo pueda impredir. Por eso intenta hacerme todo el daño que puede.

–¿Y no será mejor quedarse tranquilo en su casa y no irse por el mundo a buscar aventuras? ―dijo la sobrina―. Mire usted que no siempre se consigue lo que se quiere.

No quisieron las dos insistir más, porque vieron que su enfado iba en aumento.

Y así estuvo don Quijote quince días en casa muy tranquilo, sin dar muestras de querer seguir sus primeras locuras.

En ese tiempo fue a ver don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre honrado aunque pobre, pero de muy poca sal en la mollera[39]39
  de muy poca sal en la mollera – глуповатый, недалёкого ума


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. Tanto le dijo y tanto le prometió, que el hombre decidió irse con él y servirle de escudero. Don Quijote le decía que podía ganar alguna ínsula[40]40
  ínsula – кусочек земли, (устар.) остров


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y dejarlo a él como gobernador. Con estas promesas, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó a su mujer e hijos y se convirtió en escudero de su vecino.

Don Quijote ordenó a Sancho que llevara algún dinero y, sobre todo, que no olvidara las alforjas[41]41
  alforja – дорожная сума


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. Dijo Sancho que las llevaría y que pensaba llevar también un asno muy bueno que tenía, porque no estaba acostumbrado a andar a pie. Cuando todo estuvo preparado, sin despedirse Sancho de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche salieron del lugar sin que nadie los viera.

Iba Sancho Panza sobre su asno, con sus alforjas y su bota de vino[42]42
  bota de vino – бурдюк, мех для вина


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, con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula prometida. Así se lo dijo a su amo:

–Mire, señor caballero andante, que no se le olvide lo de la ínsula, que yo la sabré gobernar aunque sea muy grande.

A esto respondió don Quijote:

–Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre de los caballeros andantes hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que iban ganando, y yo pienso seguir esta costumbre. Y bien podría ser que antes de seis días ganase yo un reino y fueses coronado rey de él.

–De esa manera ―respondió Sancho Panza―, si yo fuera rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, Juana Gutiérrez, mi mujer, sería reina, y mis hijos, infantes.

–Pues ¿quién lo duda? ―contestó don Quijote.

–Yo lo dudo ―dijo Sancho―, porque no vale mi mujer para reina; condesa será mejor.

–Pídelo tú a Dios ―dijo don Quijote―, que él le dará lo que le venga mejor.

Capítulo VIII
La aventura de los molinos de viento

Iban caminando cuando descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y cuando don Quijote los vio, dijo a su escudero:

–La suerte va guiando nuestras cosas mejor de lo que pensábamos; porque mira allí, amigo Sancho Panza, donde se ven treinta, o pocos más, inmensos gigantes. Pienso pelear con ellos y quitarles a todos las vidas, y con el botín[43]43
  botín – (зд.) военные трофеи


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que ganemos comenzaremos a enriquecernos.

–¿Qué gigantes? ―dijo Sancho Panza.

–Aquellos que allí ves ―respondió su amo― de los brazos largos, que miden algunos casi dos leguas[44]44
  legua – лига, старинная мера длины (около 5,5 км)


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.

–Mire, vuestra merced ―respondió Sancho―, que aquellos no son gigantes sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas[45]45
  aspa – крестовина, крыло ветряной мельницы


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, que se mueven por el viento.

–Bien parece ―respondió don Quijote― que no estás enterado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí y reza mientras voy yo a entrar en fiera y desigual batalla.

Y diciendo esto, se lanzó con su caballo Rocinante diciendo:

–No huyáis, cobardes, que un solo caballero os ataca.

Entonces se levantó un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse. Al verlo dijo don Quijote:

–Aunque mováis todos los brazos del mundo me lo vais a pagar[46]46
  me lo vais a pagar – вам это даром не пройдёт


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.

Luego, con la lanza en la mano, puso a todo galope a Rocinante y atacó el primer molino que estaba delante. Dio un gran golpe con la lanza en el aspa, pero el viento hizo girar el aspa con tanta fuerza que rompió la lanza, arrojando lejos al caballo y al caballero, que fue rodando malherido por el campo. Acudió Sancho a socorrerlo y vio que no se podía mover; tal fue el golpe que había recibido.

–¡Válgame Dios! ―dijo Sancho―. ¿No le dije yo a vuestra merced que tuviera cuidado con lo que hacía, que eran molinos de viento?

–Calla, amigo Sancho ―respondió don Qiujote―, que las cosas de la guerra cambian continuamente. Más aún, yo pienso que aquel sabio Frestón que me robó los libros ha convertido estos gigantes en molinos, para quitarme la fama de su derrota. Pero poco podrá su maldad contra la bondad de mi espada.

–Dios quiera que así sea ―respondió Sancho Panza.

Le ayudó Sancho a levantarse y a subir sobre Rocinante y siguieron camino.

Después de caminar un buen trecho, Sancho dijo que era hora de comer. Su amo le respondió que comiera lo que quisiera, que él no tenía necesidad. Con su permiso, Sancho se puso cómodo en su asno e iba caminando y comiendo detrás de su amo y, de cuando en cuando, empinaba[47]47
  empinaba la bota – наклонял, прикладывался к бурдюку


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la bota con mucho gusto.

La noche la pasaron entre unos árboles; don Quijote pensando en su señora Dulcinea, para hacer lo que había leído en sus libros, y Sancho Panza durmiendo sin parar.

Capítulo IX
La aventura de los frailes y el vizcaíno

Muy de mañana, continuaron viaje hacia Puerto Lápice[48]48
  Puerto Lápice – Пуэрто-Лаписе, город в провинции Сьюдад-Реаль (автономное сообщество Кастилия – Ла-Манча)


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. A mitad de trayecto, aparecieron por el camino dos frailes de la orden de San Benito sobre los mulas y, un poco más atrás, un coche llevado por caballos, donde viajaba una señora vizcaína[49]49
  vizcaína – бискайская, родом из провинции Бискайя (автономное сообщество Страна Басков)


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que iba a Sevilla. Apenas los vio don Quijote, dijo a su escudero:

–O yo me engaño, o esta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto; porque aquellos bultos negros deben de ser algunos encantadores que llevan prisionera a alguna princesa.

–Esto va a ser peor que los molinos de viento ―dijo Sancho―. Mire, señor, que aquellos son frailes de San Benito y el coche debe de ser de pasajeros.

–Sabes poco, Sancho, de aventuras ―respondió Don Quijote―, lo que yo digo es verdad y ahora lo verás.

Don Quijote se puso en medio del camino y avanzó veloz con el caballo en dirección a los frailes. Uno de ellos cayó de la mula y el otro salió huyendo de miedo. Sancho, al ver al fraile en el suelo, comenzó a quitarle los vestidos, pensando que le pertenecían como parte del botín de la batalla que había ganado su amo.

Pero unos mozos que acompañaban a los frailes aprovecharon que don Quijote estaba hablando ya con la señora del coche, para darle tantos golpes a Sancho que lo dejaron tendido en el suelo sin sentido.

Mientras, don Quijote le decía a la dama:

–Hermosa señora mía, sus raptores ya han sido derrotados por este fuerte brazo. Sabed que me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y servidor de la hermosa doña Dulcinea del Toboso; y en pago del favor que os he hecho, quiero que vayáis al Toboso y os presentéis ante esa señora y le digáis lo que he hecho por vuestra libertad.

Un escudero vizcaíno, que oyó lo que decía don Quijote, se acercó a él y cogiéndole por el brazo le dijo:

–Vete, caballero, que si no dejas que el coche siga su camino, te mataré.

Don Quijote cogió la espada con el pensamiento de quitarle la vida. El vizcaíno, al ver la intención de don Quijote, decidió hacer lo mismo. La señora del coche y los demás criados estaban asustados ante las furiosas amenazas de los dos contendientes[50]50
  contendientes – противники в поединке, дуэлянты


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, que ya se aproximaban con sus espadas en alto. El primero en atacar fue el vizcaíno, que le cortó media oreja a don Quijote y le dio un buen golpe en el hombro que le hizo rodar por el suelo. Este se levantó lleno de cólera, se subió de nuevo al caballo y golpeó al vizcaíno con tal furia que comenzó a echar sangre por todo su cuerpo y cayó al suelo malherido. Don Quijote fue hacia él y, poniéndole la espada entre los ojos, le dijo que se rindiera.

En esto, la señora del coche se acercó a don Quijote y le pidió que perdonara la vida a su escudero. Don Quijote respondió en tono serio:

–Yo estoy contento, hermosa señora, de hacer lo que me pedís. Pero este caballero me ha de prometer ir al Toboso y presentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga de él lo que quiera.

La señora prometió que el escudero haría todo aquello que le mandaran.

–Esa palabra me basta ―dijo don Quijote― para que yo no le haga más daño, aunque lo tiene bien merecido.

Capítulo X
Los razonamientos entre don Quijote y su escudero

Sancho Panza había estado atento a la batalla de su señor don Quijote y rogaba a Dios que le diera la victoria y que en ella ganar alguna ínsula la que le hiciera gobernador, como le había prometido. Sancho ayudó a su amo a subir sobre Rocininante y, besándole la mano, le dijo:

–Ya puede vuestra merced darme el gobierno de la ínsula que en esta batalla se ha ganado, que yo me siento con fuerzas para gobernarla como el mejor gobernador.

Don Quijote le respondió:

–Sancho, estas aventuras no son de ínsulas sino de encrucijadas[51]51
  encrucijada – перекрёсток, распутье


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, en las cuales sólo se gana sacar rota la cabeza o quedar con una oreja menos. Tened paciencia, porque no faltarán aventuras para que te pueda hacer gobernador o algo más.

Don Quijote sobre Rocinante y Sancho en su asno entraron en un bosque.

Entonces preguntó don Quijote a Sancho:

–¿Has visto más valeroso caballero que yo en toda la tierra? ¿Has leído en alguna historia que otro caballero haya tenido más valor?

–La verdad es ―dijo Sancho― que yo no he leído ninguna historia, porque no sé leer ni escribir. Pero digo que jamás he servido a un amo tan atrevido como vuestra merced. Y ahora le ruego que se cure la oreja, que veo que está echando sangre.

–Eso no sería difícil ―respondió don Quijote― si yo recordara cómo se hace el bálsamo de Fierabrás[52]52
  bálsamo de Fierabrás – чудодейственное лекарство великана Фьерабраса, героя средневековой французской поэмы


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, que con una sola gota bastaría para curarla.

–¿Qué bálsamo es ese? —preguntó Sancho Panza.

–Con ese bálsamo ―respondió don Quijote― no hay que temerle a la muerte, ni a morir de ninguna herida. Así que cuando lo haga y te lo dé, si un día me parten en dos en alguna batalla, juntas las dos partes de mi cuerpo y me das dos tragos del bálsamo; quedaré más sano que una manzana.

–Si eso es así ―dijo Sancho―, renuncio al gobierno de la prometida ínsula; lo único que quiero es la receta de ese bálsamo, pues con lo que valdrá podré ganar mucho dinero al venderlo y vivir descansadamente. Pero hay que saber cuánto costaría hacerlo.

–Con poco dinero se puede hacer una gran cantidad. Pero pienso enseñarte otros y mayores secretos. Y ahora ve a las alforjas y trae algo de comer, porque luego vamos a buscar algún castillo donde alojarnos esta noche, que me está doliendo mucho la oreja y necesito preparar el bálsamo.

–Aquí traigo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuántos mendrugos[53]53
  mendrugos – куски чёрствого хлеба


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―dijo Sancho―; pero no son lanjares para tan valiente caballero como vuestra merced.

–¡Qué mal lo entiendes! ―respondió don Quijote―. Has de saber que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, pero, cuando no hay otra cosa, es bueno comer cosas sencillas del campo como las que tú me ofreces.

Sacó Sancho lo que traía y comieron los dos en paz. Subieron luego a caballo y poco después, como ya anochecía, se detuvieron junto a las cabañas de unos cabreros para pasar la noche.

Capítulo XI
Don Quijote y los cabreros

Los cabreros los recibieron con amabilidad. Sancho se ocupó de Rocinante y de su asno y después se acercó a un caldero[54]54
  caldero – чан, котёл


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donde los cabreros estaban guisando unos trozos de carne de cabra. Pusieron en el suelo unas pieles de oveja, para que les sirvieran de mesa, y se sentaron alrededor. A don Quijote lo sentaron sobre un almohadón, después de rogarle con mucha cortesía que lo hiciera.

Viendo don Quijote que Sancho estaba de pie, le dijo:

–Para que veas, Sancho, el bien que encierra la andante caballería, quiero que aquí a mi lado te sientes en compañía de esta buena gente, que soy tu amo y señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebo, porque la caballería andante es como el amor, que iguala todas las cosas.

–¡Menudo favor! ―dijo Sancho―, pues si tengo algo que comer, prefiero hacerlo en mi rincón sin finos modales ni respetos, aunque sea pan y cebolla.

–A pesar de todo, te has de sentar, Sancho.

Los cabreros, que no entendían de escuderos y de caballeros andantes, comían y callaban, sin dejar de mirar a sus invitados, que tragaban con gana buenos trozos de cabra.

Una vez acabada la carne, pusieron en el centro gran cantidad de bellotas y medio queso para acompañar el vino que aún quedaba.

Después de comer, don Quijote cogió un puñado[55]55
  puñado – пригоршня


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de bellotas y dijo:

–Dichosos aquellos siglos dorados, llamados así no porque hubiera mucho oro, sino porque los que vivían en aquel tiempo ignoraban las palabras tuyo y mío. Entonces todas las cosas eran comunes: para comer bastaba con levantar la mano y coger el fruto de las robustas encinas. Las fuentes y los ríos ofrecían frescas y transparentes aguas. En los huecos de los árboles, las abejas regalaban la dulce miel que solo ellas trabajaban. Todo era paz y amistad entonces. Las hermosas muchachas andaban sólo con lo necesario para cubrir lo que la honestidad ha querido siempre que se cubra. El engaño no se mezclaba con la verdad. Y ahora, en estos tiempos que vivimos, nada está seguro. Por ello se creó la orden de los caballeros andantes; para defender a las doncellas, proteger a las viudas y socorrer a los huérfanos y los necesitados. De esta orden soy yo, hermanos cabreros, a quienes agradezco el habernos acogido tan amablemente a mi y a mi escudero.

Los cabreros le estuvieron escuchando embobados[56]56
  embobados – изумлённые, восхищённые


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y sin decir palabra. Finalmente, dijo uno de los cabreros:

–Para que vea, señor caballero andante, que le acogemos buena voluntad, queremos contentarle con una canción que sabe un compañero nuestro y que no tardará en venir.

Apenas había terminado de hablar, cuando llegó a los oídos de todos la música de un rabel[57]57
  rabel – рабель, старинный пастушеский смычковый инструмент


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, y al poco rato apareció el mozo que lo tocaba.

Uno de los cabreros le dijo:

–Bien podrías cantar un poco para que este señor vea que también por los montes y bosques hay quien sabe de música.

El mozo, sin hacerse más de rogar[58]58
  sin hacerse más de rogar – не заставляя себя долго упрашивать


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, se sentó en un tronco de encina y comenzó a cantar una canción de amores. Quiso don Quijote que cantara algo más, pero Sancho le dijo que esos hombres estaban ya cansados del duro trabajo que habían hecho.

–Ya te entiendo, Sancho ―dijo don Quijote―. Es hora de descansar. Ponte cómodo donde quieras, que los de mi profesión mejor están despiertos que durmiendo. Pero antes quisiera que me vuelvas a curar esta oreja, que me duele bastante.

Uno de los cabreros dijo que él tenía un excelente remedio para curarla: tomó algunas hojas de romero[59]59
  romero – розмарин


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, las machacó y las mezcló con un poco de sal y se lo puso en la oreja, diciéndole que no necesitaba otra medicina, y así fue.

Capítulo XII
La aventura de los yangüeses

[60]60
  yangüeses – янгуанцы, родом из деревни Янгуас-де-Эресма (провинция Сеговия)


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Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que cuando don Quijote se despidió de los cabreros, él y su escudero entraron en un bosque cabalgando y fueron a parar a un prado de frescas hierbas por donde corría un arroyo de aguas claras. Se apearon don Quijote y Sancho y dejaron al asno y a Rocinante pacer a sus anchas por el prado, mientras ellos comían en buena compañía de lo que llevaban en las alforjas.

Había en el prado una manada de yeguas de unos yangüeses que habían parado a descansar. En cuanto Rocinante vio las yeguas, corrió hacia ellas muy contento para saciar su natural instinto, pero lo recibieron a coces. Y viendo los yangüeses la insistencia de Rocinante, acudieron con palos y le dieron golpes hasta derribarlo al suelo.

Don Quijote, que vio la paliza dada a Rocinante, dijo a Sancho:

–Por lo que veo, amigo Sancho, estos no son caballeros, sino gente sin educación. Te lo digo para que me ayudes a vengar el daño que hecho a Rocinante.

–¿Qué dice, mi señor ―respondió Sancho―, si ellos son más de veinte y nosotros sólo dos?

–Yo valgo por ciento ―contestó don Quijote.

Y sin decir más, cogió su espada y atacó a los yangüeses. Lo mismo hizo Sancho Panza, siguiendo el ejemplo de su amo. Don Quijote dio una cuchillada a uno y le rompió el vestido y parte de la espalda.

Los demás yangüeses acudieron con sus palos y comenzaron a dar golpes al amo y al criado hasta hacerlos rodar por el suelo. Los yangüeses, cuando vieron lo que habían hecho, cogieron sus yeguas y echaron a correr camino adelante.

El primero en hablar fue Sancho, que dijo a su amo:

–¡Ay, señor don Quijote! Pido a vuestra merced que me dé un par de tragos de aquella bebida de Fierabrás, si es que la tiene a mano.

–Si la tuviera ―respondió don Quijote, con todo cuerpo dolorido―, te la daría. Pero te juro que la he de conseguir antes de dos días. Te digo, además, que yo tengo la culpa de todo por usar mi espada contra hombres que no son caballeros como yo. No se pueden desobedecer las leyes de caballería.

–Pues yo soy hombre pacífico ―dijo Sancho― y sé disimular cualquier ofensa, porque tengo mujer e hijos que cuidar. Así que no pienso luchar con ningún hombre, alto o bajo, rico o pobre, hidalgo o labrador.

–Has de saber, amigo Sancho ―dijo don Quijote―, que la vida de los caballeros andantes es mil veces peligrosa y desgraciada, como lo demuestra la experiencia. Así que haz un esfuerzo, que lo mismo haré yo. Veamos cómo está Rocinante, que también ha recibido sus golpes.

–Lo raro es que mi asno se haya librado, estando nosotros con las costillas[61]61
  costillas – рёбра, бока


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rotas ―dijo Sancho.

–Siempre la ventura deja una puerta abierta en las desgracias para remediarlas ―dijo don Quijote―. Lo digo porque este asno podrá llevarme ahora a algún castillo donde pueda curar mis heridas. Y no lo tendré como deshonra, que las heridas que se reciben en las batallas antes dan honra que la quitan; así que, Panza amigo, levántate lo mejor que puedas y ponme encima de tu asno, que nos vamos de aquí antes de que la noche nos sorprenda en este descampado[62]62
  descampado – открытая местность, чистое поле


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.

–Pues yo he oído decir a vuestra merced ―dijo Sancho― que es de caballeros andantes dormir en los desiertos, y que lo consideran una suerte.

–Eso es ―dijo don Quijote― cuando no pueden más o cuando están enamorados. Es verdad que ha habido caballeros que han estado sobre una piedra, al sol y a la sombra, soportando la lluvia o la nieve durante mucho tiempo, hasta dos años sin que lo supiera su señora. Pero dejemos esto y acaba de preparar el asno antes de que suceda otra desgracia, como a Rocinante.

Finalmente, Sancho colocó a don Quijote atravesado sobre su asno y se pusieron otra vez en marcha. Al poco rato descubrieron lo que para Sancho era una venta y para don Quijote, un castillo. El escudero no quiso discutir si era venta o castillo y entró en la que él creía venta.


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