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  • Текст добавлен: 5 августа 2016, 14:00


Автор книги: Мигель де Сервантес Сааведра


Жанр: Иностранные языки, Наука и Образование


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Capítulo XIII
Lo que sucedió en la venta

El ventero, al ver a don Quijote atravesado en el asno, preguntó a Sancho qué le pasaba. Respondió Sancho que su amo se había caído desde una roca y se había golpeado las costillas. Tenía el ventero una mujer y una hija de muy buen ver[63]63
  de muy buena ver – хорошенькая


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.

Había en la venta una moza asturiana, ancha de cara, de nariz chata, tuerta de un ojo y no muy sana del otro. Pero tenía un cuerpo que hacía olvidar las demás faltas. Entre la hija del ventero y Maritornes, que así se llamaba la asturiana, arreglaron una cama a don Quijote, poniendo un colchón, duro como una piedra, sobre unas tablas y dos sábanas hechas de tela de saco.

En misma habitación, tenía su cama un arriero que había llegado a pasar la noche.

En esta pobre cama se acostó don Quijote, entre la ventera y su hija lo curaron. La ventera, al ver los cardenales[64]64
  cardenales – (зд.) кровоподтёки


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, dijo que aquello parecían golpes y no caída.

–No fueron golpes ―dijo Sancho―, sino que la roca tenía muchos picos y cada uno le hizo un cardenal.

–¿Cómo se llama este caballero? ―preguntó Maritornes.

–Don Quijote de la Mancha ―respondió Sancho―, y es caballero aventurero, y de los mejores y más fuertes que se hayan visto en el mundo.

–¿Qué es caballero aventurero? ―preguntó la moza.

–¿Tan nueva sois en el mundo que no lo sabéis? ―respondió Sancho―. Sabed, hermana mía, que un caballero aventurero tan pronto es apaleado[65]65
  apaleado – избит палками


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como es emperador; hoy es la criatura más desgraciada del mundo y mañana tiene dos o tres coronas de reinos para dar a su escudero.

Don Quijote, que estaba oyendo esta conversación, dijo a la ventera:

–Creedme, hermosa ventera, que os podéls considerar afortunada por haber alojado en vuestro castillo a mi persona. Mi escudero os dirá quién soy. Solo os digo que recordaré siempre el servicio que me habéis hecho.

Ninguna de las tres mujeres entendía nada de lo que decía el andante caballero. Le agradecieron sus palabras y dejaron que Maritornes curara a Sancho, que lo necesitaba tanto como su amo.

El arriero y Maritornes habían planeado juntarse en la cama, cuando la venta estuviera en calma.

El lecho[66]66
  lecho – (зд.) кровать, ложе


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de don Quijote estaba en medio de la habitación y junto a él se acostó Sancho. A contunuación estaba la cama del arriero, un poco más cómoda porque era un hombre rico. Ni don Quijote ni Sancho dormían, porque no los dejaba el dolor de las costillas; tampoco dormía el arriero, que esperaba a su Maritornes.

Don Quijote empezó a recordar sus lecturas caballerescas. Se imaginó que estaba en un famoso castillo y que la hija del señor del castillo se enamoraba de él locamente y que aquella noche se proponía dormir con él, poniendo a prueba su fidelidad a Dulcinea del Toboso.

Llegó la hora en que el arriero y Maritornes acordaron[67]67
  acordaron – договорились


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verse; entonces, esta entró en la habitación donde los tres dormían.

Cuando la sintió don Quijote, porque la habitación estaba a oscuras y no la podía ver, estiró los brazos para recibir a su hermosa doncella. La cogió por una mano y la sentó en su cama. Tocó la camisa que, aunque era de tela áspera, a él le pareció de fina seda. Acarició los cabellos, que eran tiesos como pelos de caballo, pero él creyó que eran hilos de oro. La pintó en su imaginación como había leído de otras princesas. Mientras la cogía en sus brazos, empezó a decir:

–Quisiera, hermosa señora, pagarle el favor que me hace, pero estos dolores no me permiten satisfacer vuestros deseos. Y a esto se añade que la única señora de mis pensamientos es la singular Dulcinea del Toboso, que si no fuera por esta promesa no dejaría yo pasar esta ocasión que vuestra bondad me ofrece.

El arriero, que escuchaba atentamente las palabras de don Quijote, empezó a sentir celos y se acercó a tientas[68]68
  a tientas – вслепую


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a la cama donde estaban los dos y se dio cuenta de que la moza quería separarse y don Quijote no la dejaba. Enfurecido, levantó el brazo y dio tal golpe al enamorado caballero, que le llenó la boca de sangre; se subió luego encima y empezó a darle patadas en las costillas.

La cama se vino al suelo y el golpe despertó al ventero, que corrió a ver qué pasaba. Maritornes que conocía el mal genio de su amo, se escondió en la cama de Sancho. Este se despertó y, asustado, empezó a golpear con los puños a diestro y siniestro. Alcanzó a Maritornes varias veces; ella respondió de la misma manera y comenzó entre los dos la más graciosa pelea del mundo. El arriero, que vio cómo estaba su dama, dejó a don Quijote y acudió a socorrerla. Lo mismo hizo el ventero, pero para castigar a la moza.

De este modo, el arriero daba a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos se daban golpes sin parar.

Habia también hospedado en la venta un oficial de la justicia, que oyó el ruido. Entró en la habitación diciendo:

–¡Alto en nombre de la justicia! ¡Deténganse todos!

Como la habitación estaba a oscuras, el oficial, a tientas, fue a dar con las barbas de don Quijote, que no se movió. El cuadrillero pensó que estaba muerto y que los allí presentes lo habían matado.

–¡Cierren la puerta de la venta! ―dijo―. ¡Que no se vaya nadie, que han matado a un hombre!

Todos desaparecieron del lugar, menos don Quijote y Sancho, que no se pudieron mover de donde estaban.

Capítulo XIV
La burla que hacen a Sancho en la venta

Cuando don Quijote se recuperó, comenzó a llamar a su escudero, diciendo:

–Sancho, amigo, ¿duermes? ¿Duermes, amigo Sancho?

–¿Cómo voy a dormir ―respondió Sancho de mal humor― si me parece que han estado conmigo todos los diablos esta noche?

–Puedes creerlo así ―respondió don Quijote―; porque, o yo sé poco, o este castillo está encantado. Te diré algo si me guardas el secreto mientras yo viva.

–Así lo haré ―dijo Sancho―; callaré, como vuestra merced me pide.

–Resulta ―dijo don Quijote― que esta noche vino la hija del señor del castillo, que es la más hermosa doncella que pueda haber en gran parte de la tierra. Todo para poner a prueba la fidelidad que debo a mi señora Dulcinea. Estando, pues, en amorosa conversación con ella, una mano de gigante me dio con el puño en la boca y un montón de golpes que me han dejado destrozado.

–Yo digo lo mismo ―respondió Sancho―, porque más de cuatrocientos gigantes me han golpeado a mí. Y vuestra merced aún tuvo en sus manos a aquella hermosura que ha dicho, pero yo sólo golpes y palos.

–No tengas miedo ―dijo don Quijote―, que ahora mismo voy a hacer el bálsamo con el que curarnos. Levántate, si puedes, y pide al señor de este castillo que te dé un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el saludable bálsamo.

Sancho fue en busca del ventero y le pidió lo que su amo le había encargado. Cuando don Quijote tuvo los ingredientes, los mezcló todos y los coció un buen rato. Luego recitó más de ochenta oraciones haciendo una cruz a cada palabra que decía.

Don Quijote quiso comprobar que el bálsamo era bueno y se bebió casi un litro. Apenas lo acabo de beber, comenzó a vomitar, de manera que no le quedó nada en el estómago. Luego le entraron unos grandes sudores y se quedó dormido un gran rato. Cuando despertó, se encontró tan bien que creyó que había acertado con el bálsamo de Fierabrás.

Sancho, que vio la mejoría de su amo, quiso probarlo y se bebió unos buenos tragos. Pero su estómago no debía de ser como el de su amo, y nada más tomar el primer trago, sintió que se moría de los vómitos que le entraban.

Don Quijote, que ya estaba deseoso de buscar otras aventuras, preparó a Rocinante. Ayudó a Sancho a subir a su asno y llamó al ventero para decirle:

–Muchos y grandes favores he recibido en vuestro castillo, por lo que os estoy agradecido. Recordad si hay algún agravio que queráis vengar, que yo lo remediaré como vuestra merced me mande.

–Señor caballero, yo no tengo necesidad de que me ayude en ninguna venganza, que eso lo sé hacer yo. Sólo necesito que me pague el gasto que ha hecho en la venta, tanto de la paja y cebada de los animales como de la cena y la cama.

–Entonces, ¿esto es una venta? ―dijo Quijote.

–Y muy honrada ―respondió el ventero.

–Engañado he vivido hasta aquí ―dijo don Quijote― porque yo pensé que era castillo, siendo así, tendréis que perdonarme el pago, porque no puedo ir en contra de las leyes de los caballeros andantes, que jamás pagaron posada ni otra cosa en donde estuvieran.

–Poco tengo yo que ver con esto; págueme y dejémonos de cuentos y caballerías ―dijo el ventero.

–Sois un estúpido y un mal ventero ―dijo don Quijote.

Dicho esto, subió al caballo y salió de la venta, sin que nadie lo detuviera, y él sin mirar si le seguía su escudero.

El ventero quiso cobrar[69]69
  cobrar – взыскать плату


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de Sancho Panza, pero dijo lo mismo que su amo, que para él tambien valían las leyes de la caballería.

Quiso la mala suerte que en la venta hubiera gente alegre y juguetona que decidió divertirse con Sancho. Fueron hacia él y lo bajaron del asno. Uno de los hombres trajo una manta y, puesto Sancho en el centro, comenzaron a levantarlo en alto y a reírse de él.

Las voces de Sancho llegaron a oídos de don Quijote, que volvió a la venta a ver qué le sucedía a su escudero. Cuando vio lo que sucedía, comenzó a decir tantos y tales insultos que es mejor no escribirlos. Pero los hombres no paraban de mantearlo, hasta que se cansaron y lo dejaron en suelo. Le trajeron el asno y lo subieron encima porque él no podía moverse.

Sancho rogó a Maritornes que le trajera un vaso de vino y, una vez bebido el vaso, salió de la venta muy contento de no haber pagado nada, aunque el ventero se quedó con las alforjas en pago de lo que se le debía, sin que Sancho las echara de menos por lo mareado que estaba.

Capítulo XV
La aventura de los rebaños de ovejas

Llegó Sancho adonde estaba don Quijote y al verlo le dijo:

–Ahora creo, Sancho bueno, que aquel castillo o venta está encantado, porque los que se han divertido contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Lo sé porque no pude ni bajar del caballo para vengarme, y es que me tenían encantado.

–Yo también me hubiera vengado, pero no pude. Aunque yo creo que los que se han burlado de mí no eran fantasmas, sino hombres de carne y hueso, y todos tenían sus nombres, como nosotros. Lo mejor sería volvernos a casa, ahora que es tiempo de la siega, y cuidar de nuestra hacienda en vez de andar de la ceca a la meca[70]70
  andar de la ceca a la meca – слоняться, метаться туда-сюда


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.

–¡Qué poco sabes, Sancho ―respondió don Quijote―, de asuntos de caballería! Ten paciencia, que un día verás qué honroso es andar en este oficio. ¿Qué mayor alegría puede haber que vencer en una batalla? Ninguna.

–Así debe de ser ―respondió Sancho―, pues yo no lo sé; pero desde que somos caballeros andantes no hemos vencido en ninguna batalla. Sólo en la del vizcaíno, y así y todo vuestra merced salió sin media oreja.

Iban conversando cuando don Quijote vio que se levantaba una gran polvareda[71]71
  polvareda – облако пыли


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por el camino. Entonces se volvió a Sancho y le dijo:

–Hoy es el día en el que se verán mi buena suerte y el valor de mi brazo. ¿Ves aquella polvareda, Sancho? Se trata de un numerosísimo ejército que viene por allí.

–Serán dos ejércitos ―dijo Sancho―, porque por este lado se levanta otra polvareda.

Volvió a mirar don Quijote y vio que era verdad; entonces se alegró muchísimo porque pensó que venían a enfrentarse en aquella llanura. Pero la polvareda la levantaban dos grandes rebaños de ovejas que venían por el mismo camino en diferente sentido.

Tanto insistió don Quijote en que eran ejércitos, que Sancho se lo creyó y le dijo:

–Señor, ¿qué hemos de hacer nosotros?

–¿Qué? ―dijo don Quijote―. Defender y ayudar a los necesitados. Y has de saber que este ejército que viene de frente lo conduce el gran emperador Alifanfarón, y el otro es el de su enemigo, Pentapolín del Arremangado Brazo, llamado así porque siempre combate en las batallas con la manga del brazo derecho subida.

–¿Y por qué se quieren tan mal estos señores? ―preguntó Sancho.

–Se quieren mal ―dijo don Quijote― porque este Alifanfarón es un cruel pagano[72]72
  pagano – язычник, иноверец


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y está enamorado de la hija de Pentapolín, que es cristiana, y su padre no se la quiere entregar al rey pagano.

Siguió don Quijote nombrando caballeros y príncipes que según él venían en uno y otro bando, además de países y ríos de todas partes para destacar la importancia de la imaginada batalla. Cuando don Quijote terminó, le dijo Sancho:

–Señor, yo no veo ni gigantes ni caballeros; quizá todo sea encantamiento.

–¿Cómo dices eso? ―respondió don Quijote―. ¿No oyes el relinchar[73]73
  relinchar – ржание лошади


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de los caballos, el sonido de las trompetas y el ruido de los tambores?

–Yo lo único que oigo ―contestó Sancho― es balido[74]74
  balido – блеяние


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de muchas ovejas.

No resistió más don Quijote y se lanzó a todo galope contra el ejército de ovejas y comenzó a atacarlas con su lanza con tanto coraje que mató más de siete.

Los pastores le daban voces para que parara, pero él no hizo caso. Entonces sacaron sus hondas[75]75
  honda – праща, рогатка для метания камней


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y comenzaron a tirarle piedras. Una de ellas le rompió dos costillas.

Don Quijote se acordó del bálsamo, sacó la aceitera y bebió unos tragos; pero antes de terminar de beber le alcanzó otra piedra que rompió la aceitera y le quitó tres o cuatro dientes. Fue tal el golpe, que don Quijote cayó del caballo. Los pastores, que creyeron que lo habían matado, recogieron su ganado a toda prisa y se fueron.

Cuando Sancho vio que se habían ido los pastores, se acercó a don Quijote y le dijo:

–¿No le decía yo, señor don Quijote, que no eran ejércitos sino rebaños de ovejas?

–Sin duda ―dijo don Quijote― que todo esto es un encantamiento, amigo Sancho. Seguro que ahora mismo son ya ejércitos de hombres, como te he dicho.

Quiso Sancho curar a su amo y fue a buscar las alforjas para coger lo necesario. Al descubrir que no las tenía, casi se vuelve loco: pensó en volver a su casa aunque perdiera el salario y la ínsula prometida.

Cuando don Quijote vio a Sancho tan preocupado, le dijo:

–Has de saber, Sancho, que todas estas desgracias son señal de que pronto sucederán cosas buenas porque no es posible que el mal ni el bien duren siempre. Y así, como el mal ha durado mucho, el bien está ya cerca.

–Sí, pero me faltan las alforjas ―dijo Sancho.

–Entonces no tenemos nada para cenar ―dijo don Quijote.

–Así sería ―dijo Sancho― si no hubiera por aquí hierbas que vuestra merced dice que conoce.

–Con todo ―dijo don Quijote―, yo tomaría mejor un buen trozo de pan y dos sardinas que cuantas hierbas existen. De todas formas, sube en tu asno y sígueme, que Dios da de todo y hace salir el sol sobre los buenos y los malos.

–Mejor era vuestra merced para predicar ―dijo Sancho― que para caballero andante. Vámonos ahora de aquí y busquemos un lugar en que alojarnos esta noche donde no haya mantas que me suban por los aires ni fantasmas.

–Pídeselo tú a Dios, hijo ―dijo don Quijote―, y guía tú por donde quieras; que esta vez seré yo quien te siga a ti. Pero antes mira bien cuántos dientes y muelas me faltan.

Metió Sancho los dedos en la boca y le dijo:

–Pues en esta parte de abajo no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la arriba, ni media, ni ninguna.

–¡Mala ventura la mía! ―dijo don Quijote―. Más quisiera haber perdido un brazo, siempre que no sea el de la espada. Porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como un molino sin piedra[76]76
  Molino sin piedra – мельница без жернова


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, y que hay que valorar más un diente que un diamante. Pero así es el duro trabajo de los caballeros andantes. Sube al asno y guía, que yo te seguiré al paso que quieras.

Empezaron a caminar poco a poco, porque el dolor no dejaba descansar a don Quijote, mientras Sancho contaba algunas cosas que luego diremos.

Capítulo XVI
La aventura de los batanes

[77]77
  batán – сукновальная машина


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Iban don Quijote y Sancho conversando tranquilamente cuando Sancho miró a don Quijote y le dijo:

–Si alguien le pregunta quién es vuestra merced, le dirá que es el famoso don Quijote de la Mancha, también conocido como el Caballero de Triste Figura.

Don Quijote preguntó a Sancho por qué lo llamaba así.

–Yo se lo diré ―respondió Sancho―. Le he estado mirando y tiene vuestra merced la más mala figura que he visto. Debe de ser por el cansancio de los combates o por la falta de las muelas dientes.

–No es eso ―respondió don Quijote―. Será que al sabio autor de esta historia le habrá parecido bien ponerme algún nombre que me describa, como sucedía con otros caballeros en el pasado: uno se llamaba el de la Ardiente Espada; otro, el del Unicornio; otro, el de las Doncellas… Y así, digo que el sabio te ha puesto en la lengua y en el pensamiento el nombre de Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy. Y para que me reconozcan mejor, haré pintar en mi escudo una triste figura.

–Pues yo digo ―dijo Sancho― que tiene tan mala cara por el hambre y la falta de muelas.

Al poco tiempo, llegaron a un espacioso y tranquilo valle donde se pararon a descansar sobe la hierba. Lo que más lamentaba Sancho era no tener vino ni agua que llevarse a la boca. Viendo que el prado estaba lleno de hierba, Sancho dijo:

–No es posible, señor, que no haya por aquí cerca de una fuente o un arroyo que dé humedad a estas hierbas. Será mejor que vayamos a buscar el agua que calme esta sed que es peor que el hambre.

A don Quijote le pareció bien y comenzaron a caminar sin ver por dónde andaban, porque la noche era muy oscura. Al poco tiempo, oyeron un gran ruido de agua y unos terribles golpes de hierros y cadenas.

Quiso don Quijote ir solo a buscar la aventura, pero Sancho, que estaba muerto de miedo, ató las patas a Rocinante para que no pudiera andar.

Don Quijote, creyendo que su caballo estaba encantado, decidió esperar a que fuese de día.

Sancho sintió ganas de desocupar su vientro y lo hizo allí mismo. Como don Quijote tenía buen olfato, enseguida le llegó el mal olor.

–Me parece, Sancho, que tienes mucho miedo.

–Sí tengo ―respondió Sancho―. Pero ¿en qué lo ha notado vuestra merced?

–En que ahora hueles, y no a perfume precisamente ―dijo don Quijote.

–Bien podría ser ―dijo Sancho―; pero yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a oscuras por estos sitios desconocidos.

–Aléjate un poco, amigo ―dijo don Quijote―, y de ahora en adelante ten más cuidado con tu persona y más respeto hacia mí.

Con estas y otras cosas pasaron la noche. Al amanecer, cruzaron un bosquecillo de castaños y se encontraron una gran cascada de agua y, al lado de unas rocas, unas casas de donde salían los golpes que tanto los habían asustado.

Don Quijote se fue acercando y pensó con todo su corazón en su señora Dulcinea, suplicándole que le ayudara en la aventura que se acercaba. Se aproximó un poco más y descubrió la causa los ruidos: eran seis mazos de batán que con sus golpes alternativos producían aquel estruendo.

Cuando don Quijote vio lo que era, se quedó mudo y pasmado[78]78
  pasmado – изумлённый


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. Sancho empezó a reír con tantas ganas que contagió a don Quijote.

Esto animó a Sancho a seguir riendo, pero entonces don Quijote se enfadó y le dio unos buenos golpes en la espalda al escudero.

–Tranquilícese vuestra merced ―suplicó Sancho―, que no me estoy burlando.

–Ven aquí, señor alegre ―dijo don Quijote―, ¿crees que si en lugar de ser mazos de batán hubiera sido otra peligrosa aventura, yo no habría mostrado valor para llevarla a cabo? ¿Estoy yo obligado, siendo como soy caballero, a conocer y distinguir los ruidos y saber cuáles son de batán, o no? Y además, yo no los he visto en mi vida, y vos sí, como villano[79]79
  villano – деревенщина, из простонародья


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que sois, criado y nacido entre ellos. Si no, haced que estos seis mazos se convirtieran en seis gigantes y veréis cómo quedan cuando yo acabe con ellos.

–No hablemos más ―dijo Sancho―, que yo confieso que me he reído demasiado. Pero ¿verdad que ha sido cosa de risa, y de contar, el miedo que hemos pasado?

–No niego que no sea cosa de risa ―replicó don Quijote―, pero no de contarse, que muchas personas no saben ser discretas.

–En adelante ―dijo Sancho―, solo hablaré para manifestarle mi respeto como a mi amo y señor.

Capítulo XVII
La aventura del yelmo de Mambrino

[80] 80
  yelmo – шлем


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[81]81
  Mambrino – согласно рыцарским романам, мавританский царь Мамбрин потерял в сражении свой чудодейственный шлем


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Comenzó a llover un poco y Sancho intentó resguardarse en el batán, pero don Quijote no quiso entrar para olvidar la pesada burla. Cogieron el camino que habían traído el día anterior y, al poco rato, descubrió don Quijote un hombre a caballo que traía en la cabeza una cosa que brillaba como si fuera de oro. Se volvió a Sancho y le dijo:

–Me parece, Sancho, que se va a cumplir aquel refrán que dice: «Donde una puerta se cierra, otra se abre». Digo esto porque, si no me engaño, viene hacia nosotros uno que trae en su cabeza el yelmo de Mambrino.

–Mire vuestra merced bien lo que dice y lo que hace ―dijo Sancho―, no se vaya a engañar.

–¿Cómo me puedo engañar? ―dijo don Quijote―. ¿No ves tú a aquel caballero sobre un caballo negro que trae en la cabeza un yelmo de oro?

–Lo que yo veo ―respondió Sancho― es un hombre sobre un asno que trae en la cabeza algo que brilla.

–Pues ese es el yelmo de Mambrino ―dijo don Quijote―. Apártate y déjame solo, y verás qué pronto termino esta aventura y hago mío el yelmo que tanto deseo.

Lo que veía don Quijote era en realidad un barbero sobre un asno, y, como estaba lloviendo, el barbero se había puesto en la cabeza la bacía de afeitar[82]82
  bacía de afeitar – тазик для бритья


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; pero él vio un caballero a caballo con yelmo de oro.

Cuando don Quijote vio que el caballero estaba cerca, se dirigió a él a galope con la intención de atravesarlo con la lanza.

–Defiéndete ―decía― o entrégame voluntariamente lo que me pertenece.

El barbero que vio venir a aquel fantasma con la lanza se bajó del asno, comenzó a correr más ligero que un gamo y abandonó la bacía, lo cual contentó mucho a don Quijote.

Mandó a Sancho que recogiera el yelmo y al tenerlo en sus manos este dijo:

–Ciertamente… la bacía es buena.

Se la dio a su amo, que se la puso en la cabeza, y como no le encajaba bien dijo:

–No hay duda de que el primero en hacerse a medida este famoso yelmo debía de tener una grandísima cabeza, y lo peor de ello es que le falta la mitad.

Cuando Sancho oyó llamar yelmo a la bacía, no pudo contener la risa, pero disimuló para no enfadar a don Quijote.

–¿De qué te ríes, Sancho? ―preguntó don Quijote.

–Me río ―dijo― de pensar en la cabeza tan grande que debía de tener el dueño de esta mitad de yelmo, que se parece mucho a una bacía de barbero.

–¿Sabes qué imagino, Sancho? Que este famoso yelmo encantado debió de llegar a manos de alguien que no supo estimar su valor. Y, viendo que era de oro, debió de vender una parte del yelmo y la otra mitad es esta, que parece bacía de barbero, como tú dices. Ahora buscaremos un herrero para que me la ajuste en la cabeza, y pueda librar de alguna pedrada[83]83
  pedrada – удар камнем


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.

–Eso será ―dijo Sancho― si no tiran con honda, como ocurrió en la pelea de los dos ejércitos cuando le quitaron a vuestra merced las muelas. Hablando de otra cosa ―continuó Sancho―, ¿qué hacemos con este caballo, que parece asno, que dejó aquí aquel Martino[84]84
  Martino – имеется в виду Мамбрин; как и в случае с Фристоном, комический эффект достигается за счёт путаницы в именах


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?

–No es costumbre entre caballeros quitarle el caballo al que ha sido derrotado si el vencedor no ha perdido el suyo ―dijo don Quijote―. Así que, Sancho, deja ese caballo o asno, que su dueño volverá por él.

–Verdaderamente ―dijo Sancho― son difíciles de seguir las leyes de caballería. ¿Podría cambiar los aparejos[85]85
  aparejos – конское снаряжение


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por lo menos?

–No estoy muy seguro ―respondió don Quijote―, pero… en caso de duda… los puedes cambiar.

Sancho cambió los aparejos y se sentaron a almorzar junto al arroyo de los batanes.

Subieron luego a caballo y se pusieron a caminar sin rumbo fijo. Sancho, que iba muy pensativo, dijo a don Quijote:

–Pienso, señor, que se gana muy poco buscando aventuras por estos desiertos y encrucijadas de caminos, donde no hay quien las vea ni sepa de ellas. Tal vez sería mejor ir a servir a algún emperador o a un príncipe que tenga alguna guerra, para que vuestra merced pueda mostrar su valor; así, cuando el señor a quien sirvamos vea nuestra valía, por fuerza nos tendrá que pagar. Y allí seguro que habrá quien escriba las hazañas de vuestra merced, y las mías, si es costumbre escribir hechos de escuderos.

–No dices mal ―respondió don Quijote―, pero antes de todo eso, es preciso andar por el mundo buscando aventuras para conseguir nombre y fama; y así, cuando lleguemos ante algún gran monarca, ya será conocido el caballero, y al verlo las gentes exclamarán: «Este es el Caballero de la Triste Figura». El rey, entonces, saldrá y dirá: «¡Salgan mis caballeros a recibir a la flor de la caballería[86]86
  flor de la caballería – гордость и краса рыцарства


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que aquí viene!».

–Sea como dice vuestra merced ―dijo Sancho.

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